jueves, 1 de marzo de 2012

Cambios

Su madre le recalcaba continuamente lo mal que hacía las cosas. No sabía planchar, no sabía cocinar, no sabía cuidar a un bebé, no sabía comprar, no sabía nada de la prensa del corazón, ni siquiera sabía votar en unas elecciones al partido adecuado.

Nora miró a su madre, como siempre, en silencio, al entrecejo. Cerró su libró, se levantó de la silla y se marchó. Siempre la misma historia. 

Y que sabría ella de lo duro que resultaba estudiar, trabajar en becas de mierda que quizás te dieran la oportunidad de acceder a un trabajo igual de mierda pero con cotización a la Seguridad Social. Y qué sabría ella de lo que costaba llegar a fin de mes, de la buena música, de las huelgas, de entrenar duro para terminar una carrera entre las 100 primeras, del arte, del teatro, de los libros, sobre todo, de los libros. ¿No se había dado cuenta de que nadie leía? Y si lo hacían, basura. Nos quieren hacer odiar los libros, prohibirlos, como en Fahrenheit 451, pero ella no lo veía.

Parecía que, a veces, podrían conseguirlo. Quitar la ilusión, las ganas de seguir adelante. Pero continuará leyendo, aunque le pusieran trabas, aunque los libros sean caros, aunque a las bibliotecas no les permitan la adquisición de novedades, aunque exista la TV, aunque no funcione la luz de los autobuses por la mañana (cuando aún no ha amanecido). 


Y sería crítica, con el mundo y con ella.