miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cuento: los relojes

Érase una vez, en un lugar muy muy cercano, una niña que tenía su habitación llena de  relojes y tan sólo uno era suyo.

Cada mañana, antes de marchar al colegio, los revisaba uno a uno y comproba que todos funcionaran. Los observaba con la mirada fija, como aquel día de la excursión a la Granja Escuela que pasó dos horas pendiente de captar  el momento en que se rompiera el cascarón y saliera un pollito del huevo.

Tanto era el cariño que los tenía, que también todas las tardes, después de merendar, los colocaba y recolocaba pensando cuál podría ser la mejor manera de mostrarlos. A veces, le gustaba tenerlos ordenados por los dibujos de los relojes. Por ejemplo, juntaba todos los de superheroes, por un lado, los que llevaban la cara de deportistas, por otro; otras veces, los separaba según fuera analógicos o digitales; en otras tantas ocasiones, por colores y finalmente, por la fecha de adquisición. Esta última clasificación era la que más carácter sentimental tenía para la niña ya que le hacía recordar los momentos junto al anterior dueño de los relojes.

 La madre de la niña, como mujer observadora y conocedora de su hija y de las compras que relizaba se dio cuenta de que en aquella habitación estaba sucendiendo algo extraño.

-Cariño, ¿por qué tienes tantos relojes?
-Mami, ¿te acuerdas del niño moreno de ojos negros?
-Sí, aquel que vino a dejarte los deberes del colegio cuando estuviste enferma.
-Pues, mami, me gusta, y yo quiero compartir el tiempo con él, tú dijiste que eso lo hacen las amigas. 
-Vale, cariño, ¿pero los relojes?
-Jo, mami, no te enteras de nada. Pues, ¿no lo ves? -contestó la niña señalando los relojes- que me voy trayendo su tiempo a casa