miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cuento: los relojes

Érase una vez, en un lugar muy muy cercano, una niña que tenía su habitación llena de  relojes y tan sólo uno era suyo.

Cada mañana, antes de marchar al colegio, los revisaba uno a uno y comproba que todos funcionaran. Los observaba con la mirada fija, como aquel día de la excursión a la Granja Escuela que pasó dos horas pendiente de captar  el momento en que se rompiera el cascarón y saliera un pollito del huevo.

Tanto era el cariño que los tenía, que también todas las tardes, después de merendar, los colocaba y recolocaba pensando cuál podría ser la mejor manera de mostrarlos. A veces, le gustaba tenerlos ordenados por los dibujos de los relojes. Por ejemplo, juntaba todos los de superheroes, por un lado, los que llevaban la cara de deportistas, por otro; otras veces, los separaba según fuera analógicos o digitales; en otras tantas ocasiones, por colores y finalmente, por la fecha de adquisición. Esta última clasificación era la que más carácter sentimental tenía para la niña ya que le hacía recordar los momentos junto al anterior dueño de los relojes.

 La madre de la niña, como mujer observadora y conocedora de su hija y de las compras que relizaba se dio cuenta de que en aquella habitación estaba sucendiendo algo extraño.

-Cariño, ¿por qué tienes tantos relojes?
-Mami, ¿te acuerdas del niño moreno de ojos negros?
-Sí, aquel que vino a dejarte los deberes del colegio cuando estuviste enferma.
-Pues, mami, me gusta, y yo quiero compartir el tiempo con él, tú dijiste que eso lo hacen las amigas. 
-Vale, cariño, ¿pero los relojes?
-Jo, mami, no te enteras de nada. Pues, ¿no lo ves? -contestó la niña señalando los relojes- que me voy trayendo su tiempo a casa
 

jueves, 28 de julio de 2011

Rebelde con causa

Porque el banco te cobra los recibos o las entradas compradas por Internet al instante pero a la hora de devolverte un importe duplicado, tarda dos días.
Porque la gente te dice cómo vestirte para una cita, cómo comportarte y lo que te tiene que gustar.
Porque las empresas de telefonía móvil te timan.
Porque en el trabajo te explotan.
Porque el mundo está hecho para los consumistas.
Porque no puedes comprarte ni alquilar una casa.
Porque luchas contra los clichés y los tópicos.
Porque no venden alimentos pensados para una persona.
Porque los tampones están considerados productos de lujo.
Porque esperan que seas lo que tienes que ser y no lo que deseas ser.
Porque no te entienden.
Porque no les entiendes.
Porque ahorrar cuesta dinero.
Porque te rebelas.
Porque si te rebelas, sufres.

miércoles, 27 de julio de 2011

De qué se habla en el libro... La amante inglesa

La amante inglesa de Marguerite Duras nos adentra en la vida de Viorne, un pequeño pueblo francés donde se acaba de cometer un asesinato. A través de tres puntos de vista diferentes: sus conocidos, su marido y ella misma  intentaremos hacernos una idea de la personalidad de la supuesta asesina y los motivos que le llevaron a cometer el crímen. ¿Queréis conocer ante qué tipo de persona nos encontramos?

miércoles, 29 de junio de 2011

Madre e hija (y III)


Una tarde, encontramos a nuestra madre agachada detrás de un sofá, con la cabeza entre las rodillas y las manos rodeándole las piernas. Las cortinas del salón estaban corridas y las luces apagadas. El suelo estaba cubierto de hojas rotas de periódicos y el cenicero lleno de colillas de cigarros y chicles. Estaba inmóvil, a excepción de un ligero balanceo, y no hacía ningún ruido.
—¿Qué haces ahí? —preguntó Vicky.
No obtuvo respuesta. Repitió la pregunta y, entonces, nuestra madre se quitó los tapones de los oídos.
—Vues…tra abu…ela ha lla…llama…do.
—Mamá —dije—, eso no es posible.
—Sí, sí que lo es. ¿No ha tenido ya suficiente? Llama y no entiende por qué no quiero hablar con ella. ¿Cómo voy a querer hablar con ella? ¡Pero si está muerta!

         Los días pasaban y su comportamiento irracional iba en aumento: había clavado estampitas de santos y vírgenes en las paredes de todas las habitaciones; se santiguaba delante de cada una de ellas y rezaba algo inteligible. Tampoco nos permitía subir ninguna persiana de la casa ni dar las luces. Además,  llevaba consigo una grabadora y usaba orejeras, que no se quitaba ni para dormir.
         Finalmente, al ver que ningún ritual surtía efecto, mamá cambió el número de teléfono. Aseguraba que un muerto no tendría acceso a la guía telefónica y que, por fin, descansaría.
Ese mismo día, aunque estaba perezosa,  fui a casa de la abuela a recoger la ropa de los armarios y ordenar la cocina porque mamá decía que no tendría fuerza para entrar en aquel lugar.


—Es para ti, mamá —y alargué el brazo para acercarle el teléfono.
—¿Quién es? —preguntó.
—La abuela —dije—. Quiere saber cuándo la visitarás.
Mamá se tomó aquella respuesta como un reto:
—No es posible. No puede saber el número. ¡Que vaya a verla! Esa bruja desea verme muerta. ¡Eso es lo quiere! —gritó, dando patadas y volcando las sillas—. ¡No lo conseguirá! Llevadme ahora mismo al hospital. No puedo más.
         Nuestra madre se tiró al suelo; comenzó a dar vueltas sobre sí misma mientras rezaba un padrenuestro. Vicky llamó al 012 y una ambulancia llegó a la media hora.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó un enfermero.
Vicky se volvió para ayudar a levantarse a mamá. Así que, apoyando la  mano en la espalda del enfermero, le pedí que me acompañara a la cocina. Cogí aire y susurré:
—Cree que recibe llamadas de nuestra abuela muerta.
—¿Y está muerta realmente? —interrogó de nuevo, levantando el bolígrafo del cuaderno de notas.
—No, claro que no. Todavía vive —afirmé.
        

         Me quedé sola en casa (Vicky había acompañado a mamá en la ambulancia). Me tiré al sofá, coloqué mis manos bajo el cuello y respiré muy despacio.  Nuestro plan había finalizado con éxito… o casi, ya que sonó el teléfono.
—Hola, yaya —dije, mordiéndome las uñas.
—¿Y tu madre? Dila que se ponga.
—No puede. La han llevado al hospital.
La abuela se calló un instante. Era raro en ella.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó con tono serio.
—Se ha vuelto loca.
—Sabía que ocurriría. Por comer tanto chicle, ¿verdad?
—No, por tu culpa —colgué el auricular, arranqué el cable de la pared y tiré el teléfono a la basura.
         Por fin. Ahora sí, Vicky y yo disfrutaríamos del silencio de nuestro hogar.

martes, 28 de junio de 2011

Madre e hija (II)

         Cuando entré en casa, mamá estaba gritándole a Vicky, como de costumbre. Le ponía furiosa que mi hermana se pasara veinticuatro horas encerrada en su habitación con tapones en los oídos.
         Dejé las llaves en la mesita de la entrada y me fui directa a buscar a mi hermana. Mamá estaba aporreando la puerta y le caía alguna que otra lágrima por la mejilla.
—Hola, mamá.
Pasé a su lado, mirando de soslayo y me escabullí rápidamente dentro del cuarto. Mamá no se atrevió a seguirme, pero aprovechó el instante para estirar el cuello y echar un vistazo.
—¿Qué tal va todo? —saludé a Vicky apenas hube cerrado de nuevo la puerta—. Ya está preparado.
         Mi hermana se levantó de la cama a toda prisa y bajó el volumen de la cadena de música.
—Cuenta, tía. ¿Qué ha pasado?
—Ya está firmado. Esperamos tres o cuatro días y lo hacemos.
—¡Genial!
         Vicky sonrió  y saltó sobre mí para abrazarme.
         Mamá nos llamó para comer. No habíamos tomado aún la tercera cucharada de sopa sonó el teléfono. Las tres levantamos la cabeza; mi madre suspiró.
—Esa es vuestra abuela. Es la tercera vez que llama hoy. A la hora de la comida, cómo no. ¡Qué querrá ahora! —nos echó una mirada lastimera, pero ambas cogimos la cuchara y bajamos la cabeza hacia los platos. Como en otras ocasiones, mamá tomaría la comida fría.
         Desde hacía años, la abuela la llamaba unas cuatro veces al día. Unas, sólo para que no comiera chicles y reservara cita con el dentista. Otras, para exigirle que fuera con urgencia a plastificar una agenda, comprar bollitos de chocolate o darle una pomada antiinflamatoria. Y cuando estaba más enfadada de lo habitual, se limitaba a insultarla. Mamá cada vez lo llevaba peor: lloraba, gritaba y hablaba sola. Decidió acudir a un psiquiatra que le recomendó Lexatin y le prohibió visitar a la yaya. Mi madre compró la medicina pero desobedeció la orden.
—Esta mujer va a acabar conmigo —dijo, al cortar el teléfono—. No puedo más —y tiró la cuchara de la sopa al fregadero.
―Sí, es bastante inaguantable —dijo Vicky, y añadió—: Como todas las madres.
―¿Te ha dicho que hemos resuelto lo del testamento? ―intenté desviar la conversación.
―Sí. Me ha echado en cara que no la acompañara yo.
―¿Crees que se siente enferma, o algo?
―No lo sé, no lo sé… Siempre se queja de que le duele algo. A saber si será verdad.
―Venga, Ana, vámonos ―interrumpió mi hermana.
―¿Adónde vais a estas horas?
―Por ahí.
         Cuando salíamos oímos el timbre. De  lejos pudimos escuchar a nuestra madre:
―¡Acabas de llamar! ¿Qué sucede ahora?


Pasó una semana y todo continuaba igual: gritos, discusiones, tranquilizantes, lágrimas y nervios. La diferencia era que la abuela ahora incordiaba a mamá siete u ocho veces al día en vez de cuatro. Cuando, por este motivo, mamá sufría ataques de ira o de ansiedad mi hermana y yo subíamos el volumen de la televisión y nos acercábamos a la pantalla; algunas veces, empujábamos a mamá fuera del salón y cerrábamos la puerta.
En una de estas crisis nos encontrábamos cuando, una vez más, sonó el  teléfono. Mi hermana y yo meneamos la cabeza en un gesto negativo. Mamá se metió un chicle en la boca y contestó. Se limitaba a responder «sí» o «no» a cada una de las mil preguntas de la abuela y cada tanto separaba el auricular de la oreja. Finalmente, resopló y colgó sin despedirse. Se dirigió a la entrada y la seguimos en silencio, igual que sombras; cogió las llaves de la mesilla y se marchó dando un portazo. Vicky y yo sonreímos y regresamos al salón.
Mamá dio por terminada la fuga cuatro horas después, cerca de las diez de la noche. Cuando entró, me encontró sollozando en la cocina.
—¿Qué te pasa?
—La yaya… la yaya —contesté mientras me sonaba la nariz.
—¿Qué ocurre? Dime algo… ¡Me estás asustando! —me chilló mientras cogía una silla y se sentaba.
—Han llamado… sufrió un infarto. Lo siento, mamá. Ha muerto.
Aunque rompió a llorar, paró de repente al atragantarse con el chicle que tenía en la boca. La cogí la mano y le dije que no se preocupara; Vicky arreglaría todo: recogería las cenizas y las llevaría a pueblo, como la abuela Eulalia deseaba; yo, por otro lado, había hablado con su psicólogo, quien había aconsejado firmemente que mamá no acudiera al tanatorio. Debía cuidarse si no quería sufrir un infarto también o ser internada en un psiquiátrico. Al principio, le pareció imperdonable no asistir, pero después de sentir un dolor en el pecho decidió permanecer en casa. Durante un par de días mantuvimos descolgado el teléfono para asegurarnos de que nadie nos molestase.

¿Os está gustando? Espero que aguantéis la intriga. Mañana... ¡el final! 

lunes, 27 de junio de 2011

Madre e hija (I)


Mi abuela Eulalia redactó un testamento breve y claro: por una parte, deseaba ser incinerada junto con sus ahorros, sus joyas y sus pieles; por otra, quería que trasladaran la urna a su pueblo, lejos de las víboras de su familia y vecinos. No hablaba apenas con nadie: clasificaba a casi toda la gente en demonios, brujas, alcohólicos o prostitutas. Además, aunque la abuela había sido creyente toda su vida, renunciaba a una ceremonia religiosa («Dios se ha portado mal conmigo», aseguró al notario).
Mamá, que de sólo ver a la abuela sufría taquicardias y ataques de ansiedad, había declinado acompañarla aquel día a arreglar los papeles, delegando en mí la tarea. No me sorprendió, entonces, que la yaya le diera en herencia únicamente su piso —un pequeño apartamento con las paredes llenas de grietas y plagado de cucarachas— («Y únicamente porque la ley lo ordena, que si no…»)
El notario carraspeó al escuchar los particulares comentarios de mi abuela y yo no pude más que soltar una risa tonta, mientras fingía mirar por la ventana. De cualquier modo, debo reconocerlo, esas condiciones nos facilitaron a mi hermana y a mí los preparativos.
         Cuando se terminaron de firmar los papeles, nos dirigimos al coche. La yaya se colocó, como una marquesa, en el asiento trasero. La observé por el espejo retrovisor: al rato, tenía los ojos cerrados y daba cabezadas.
Yo no dejaba de preguntarme cómo una señora con la cabeza pequeña y ovalada, la nariz chata, una sonrisa inocente fija en su cara y aquel olor a jabón de lilas podía tener tan mal carácter. Estaba sola desde hacía mucho tiempo; al quedarse embarazada, el abuelo la engañó con la vendedora de la tienda de golosinas. Cuando lo descubrió, intentó enfrentarse a laotra, como la llamaba desde el incidente, pero la amante vendió su negocio y huyó con mi abuelo a Cáceres.
La abuela quiso vengarse. Cuando nuestra madre empezó a crecer le prohibió comer caramelos;  después, a partir de los siete años, no le permitió ir a cumpleaños de sus compañeras de clase ni celebrar el suyo propio si pretendía regalar bolsas de chucherías.
         Aparqué en la puerta, en doble fila, y la ayudé a salir del coche.
—Ese notario no paraba de masticar chicle —dijo—. Qué asco. Dile a tu madre que no compre chicles; se va a quedar sin dientes. No pueden ser buenos, algo tienen… Por cierto, ¿cuándo va a venir por aquí?  —preguntó mientras buscaba las llaves del portal.
—No lo sé, abuela. Pregúntale a ella. Tengo que irme. Adiós  —y arranqué el coche sin dar más explicaciones.
         Me apresuré para llegar cuanto antes a casa y contarle a Vicky las novedades. Mi hermana y yo anhelábamos disfrutar, como cualquier familia normal, de un tiempo de silencio, al menos, en nuestro propio hogar. Sin embargo, las llamadas de la abuela y los constantes gritos de mamá habían convertido la tranquilidad en  casa en algo difícil, sino imposible, de alcanzar. Ahora, en cambio, el testamento de la abuela nos permitiría poner en marcha el plan que teníamos en mente desde hacía cinco meses. 

continuará... ¿qué crees que ocurrirá?       

jueves, 23 de junio de 2011

De qué se habla en el libro... La muerte de la polilla y otros escritos

Se trata de una recopilación de escritos y ensayos de la escritora Virgina Woolf.
Si no habéis leído nada sobre ella, os animo. Sus escritos muy críticos con la realidad, la sociedad y la discriminación de las mujeres están llenos de pasión y sentimientos y siguen vigentes en la sociedad actual.

Acabo de comenzar a leerlo y ya el primer artículo es fantástico. Habla sobre la libertad, los políticos, la guerra y como el "hitlerismo inconsciente" ha llevado a los hombres (y no mujeres) a recurrir a la violencia, a la dominación. Y la autora se plantea cómo acabar con ese pensamiento que tanto daño ha hecho y de qué manera hombres y mujeres pueden colaborar unidos y acabar con ideas preconcebidas social y culturalmente que tanto perjudican a unos y a otras. 

Seguiré leyendo. Es una lectura que no es fácil abandonar. 

¿Recoméndais algún libro particularmente sobre ella?

viernes, 3 de junio de 2011

El misterioso accidente casero

Es viernes pero podría ser otro día. Daría igual. Una croqueta pegada a un calcetín es una croqueta pegada a un calcetín. Y este el motivo del post de hoy: narraros un curioso accidente casero. Creo que son de esas tonterías que a todo el mundo les pasa pero que nadie cuenta por vergüenza.

Pero, tranquilas, ¡estoy bien! La magnitud del accidente ha sido escasa, no tanto, las preguntas surgidas a raíz de él y la falta de respuesta a tal insólito acontecimiento.

Ayer, al mediodía, freí unas croquetas, 7 para ser exactas. Decidí comerlas sentadas en el sofá, mientras veía una película: Deliciosa Martha (coincidencia que el ambiente sea el mundo culinario). Llevé, en un plato, de la cocina al salón, las croquetas y las dejé sobre la mesa. ¡Estaban ardiendo! por lo que decidí ir al baño a hacer pis y lavarme las manos; antes de sentarme, pasé por la cocina a por una servilleta que había olvidado. Después de esto, me senté y me quité las zapatillas de estar por casa para repanchingarme en el sofá y, en ese instante, me di cuenta, de que había olvidado la botellita de agua. Me levanté y me pusé de nuevo las alpargatas. Dado que estaba resfriada no quería ponerme peor yendo descalza por la casa. Y, ¡oh!, de repente, empecé a sentir un calor abrasador en el pie derecho. Tardé en reaccionar porque estaba preguntándome: ¿por qué me quema el pie derecho y no el izquierdo? ¿pero deberían quemarme los 2? Nooooo! y entonces saqué corriendo el pie de la zapatilla asustada.

Miré y allí estaba. Un 90% de croqueta aplastada sobre la zapatilla y un 10% sobre el calcetín. No podía entenderlo. ¿Cómo había llegado allí esa croqueta? ¿En qué momento? Yo no había notado que aplastara algo blandito, sólo mucho calor. Conté las croquetas del plato y, efectivamente, ya sólo había 6. Volví a mirar la croqueta de la zapatilla. Bueno, al menos, se había aplastado con clase pero eso sí, una croqueta menos para el buche, jo.

Al final, decidí mantener la calma. Puse la peli y me comí las croquetas que quedaban (me quité antes el calcetín pringado). Después de comer, y ya con la croqueta de la zapatilla fría, la arranqué de ahí y la tiré a la basura (la croqueta, las zapatillas y el calcetín están en la lavadora).

Le conté el mismo asqueroso acontecimiento a mi madre en busca de respuestas pero no llegamos a ninguna conclusión de por qué la croqueta había ido a parar allí. ¿En qué momento se cayó? Si yo antes me había levantado y todo estaba bien...ningún objeto extraño dentro de mi zapatilla.

Y esta es la misteriosa historia de la croqueta casera con jamón.

martes, 24 de mayo de 2011

Tengo, no tengo

Carolina llevaba dos semanas triste, desde que había comenzado el colegio. Ni su hermana mayor, ni su abuela paterna, ni su profesora de inglés, ni su peor enemiga del colegio, ni su gata Pizca conocían el motivo.

Incluso, otras personas cuando le veían le preguntaban:
-¿Por qué estás triste? ¿Has visto qué casa tan grande tienes? -le decía el vecino de al lado.
Y Carolina se encogía de hombros sin más.
-¿Por qué estás triste? ¡Si tienes un montón de juguetes! -le decía la pastelera cuando iba a comprar pan.
Y Carolina se encogía de hombros sin más.
-¿Por qué estás triste? ¡Si tienes dinero para comprarte todas las golosinas que quieras!- le comentaba su padre.
-Y Carolina se encogía de hombros sin más.
-¿Por qué estás triste? ¡Si puedes ver películas en el coche cuando vas de viaje! -le decía la adolescente que la cuidaba a ella y sus hermanos algunas noches.
-Esta niña, tiene de todo y no para de quejarse -apostilló su madre. 
-Y Carolina salió corriendo a esconderse en su habitación.


Un día, Álvaro, su hermano pequeño, se acercó a su hermana mediana y le preguntó:
-¿Qué te pasa Carolina? -y se quedó callado, escuchando, esperando la respuesta de ella.
-Todo el mundo me dice que tengo de todo pero no se dan cuenta de que no tengo cosquillas.

martes, 17 de mayo de 2011

De qué se habla en el libro... La bolchevique enamorada

La bolchevique enamorada de Alexandra Kollontai narra la historia de una mujer militante política que se enamora locamente de un anarquista durante una Asamblea.
Durante toda la novela podemos ver los conflictos que surgen entre la pareja, tanto por las fuertes convicciones políticas de ella como por el fuerte carácter de él. Pero no sólo a nivel político podemos ver peligrar la relación; también porque ambos tienen una concepción diferente de las relaciones de pareja.
¿Os apetece leerla? Os animo a ello.
Y si queréis saber algo más de la autora: Alexandra Kollontai

Con recursos... puedes escribir. Qué ocurriría si...

Gianni Rodari escribió en su Gramática de la Fantasía numerosas técnicas que podían ser útiles para desarrollar la imaginación y la creatividad entre su alumnado.

Comparto con vosotras una de sus técnicas: Qué ocurriría si...

Para "jugar" simplemente hay que lanzar una pregunta: ¿Qué ocurriría si...? y elegir al azar un sujeto y un predicado. Su unión proporcionará la hipótesis sobre la que trabajar. Por ejemplo: ¿Qué ocurriría si la ciudad de Madrid se echase a volar?

martes, 10 de mayo de 2011

Con recursos... puedes escribir. Cuando las ideas comienzan a surgir

Cuando comencéis a escribir un buen consejo, según Natalie Goldberg, es adiestrar la escritura. ¿Cómo se hace? Depende de vosotras pero es aconsejable que os marquéis tiempo. Por ejemplo, empezais escribiendo 10 minutos, después, 20, después 1 hora. Importante: comprometeros con vosotras mismas y terminar la tarea, eso sí, con calma. No son necesarios los agobios.

Las reglas a seguir:

  1. Escribid sin pararos a leer lo que habéis escrito
  2. No borréis para evitar confudir los momentos de creatividad con la revisión del texto
  3. No os preocupéis (todavía) por la ortografía, la puntuación y la gramática
  4. Dejaos llevar, perded el control
  5. No penséis, dar libertad a vuestra imaginación
  6. No temáis escribir sobre algo que os provoque miedo u os haga sentir vulnerables.
Siguiendo estas reglas, llegáreis allí donde la energía no está obstaculizada por motivaciones de conveniencia social o por la censora interna, allí donde se escribe lo que la propia mente ve y experimenta realmente, no lo que ella piensa que tiene que ver o experimentar.

Os recomiendo leer: El gozo de escribir de Natalie Goldberg

sábado, 7 de mayo de 2011

La ciudad de la luz

En aquella ciudad no llamaba la atención la altura de sus habitantes, ni si leían cuentos o novelas, ni la forma de su nariz, ni si preferían el café o el cola-cao, ni si iban a misa los domingos. Lo que llamaba la atención en La ciudad de la luz era que en lugar de circular sangre por sus venas, circulaba electricidad.

Las grandes compañías eléctricas se habían ido a la quiebra ya que no necesitaban suministrar energía. Las familias, parejas y personas solteras eran capaces de generar su propia energía y habían conseguido reducir sus gastos mensuales, con lo que el nivel de felicidad había aumentado en toda la ciudad. Así lo confirmaba el medidor de felicidad de la Plaza Mayor.

Las ventajas de llevar electricidad en las venas no sólo habían beneficiado al ámbito doméstico, sino que se había trasladado a otras áreas, por ejemplo, el laboral.

Al igual que en otras ciudades se distinguía entre aquellas personas que trabajaban para la Administración Pública y las que desempeñaban su trabajo en la empresa privada, en La ciudad de la Luz, se distinguía entre las personas que brillaban con luz propia y las que estaban enchufadas. Estas últimas necesitaban, para conseguir un trabajo o poder desempeñar tareas, estar continuamente pegadas a un enchufe. Eran incapaces de conseguir un trabajo o realizar una tarea sin la ayuda del enchufe. En definitiva, no podían generar luz de su interior.

Pero la gente de La ciudad de la luz, había conseguido sacarle partido. A las personas enchufadas se les había encargado los trabajos de alumbrado público y de energía eléctrica para las calefacciones. No sólo daban un bien a la Comunidad sino que también así podían, al igual que el resto de habitantes, tener electricidad por sus venas.

jueves, 5 de mayo de 2011

De qué se habla en el libro... La ciudad de las mujeres

Cristina de Pizán (1364-1430) escribió La ciudad de las mujeres en 1405 y esta obra puede considerarse una precursora del feminismo.

Vivió en la corte de Carlos V, ya que era la hija del astrólogo del Rey. Enviduó joven, a la edad de 25 años, pero fue capaz de mantener a sus tres hijos con los libros que escribía.

 En La ciudad de las mujeres trata temas de actualidad como la violación, la igualdad de los sexos o el acceso al conocimiento por parte de las mujeres dejando patente que estamos ante una mujer docta y culta.



Para abrir boca, os dejo algunos fragmentos del comienzo de La ciudad de las mujeres: 
Sentada en mi cuarto de estudio, rodeada de toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, me encontraba con la mente algo cansada, después de haber relfexionado sobre las ideas de varios autores [...] Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados [...] Filósfos, poetas, moralistas, todos -y la lista sería demasiado larga- parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio.

Recientemente, Gioconda Belli ha publicado El país de las mujeres. ¿Tendrá alguna inspiración en este libro? ¿Lo habéis leído? Tendré que hacerme con un ejemplar y leerlo.

lunes, 2 de mayo de 2011

Con recursos... puedes escribir. Antes de comenzar a escribir

Puede resultar difícil saber de qué escribir pero debemos tener en cuenta que una historia puede encontrarse en cualquier lugar. Lo importante es saber distinguir entre un buen argumento y un mal argumento. 

Consejos:
  • Observa la realidad con ojos de escritora.
  • Lleva siempre encima un cuaderno de notas y un bolígrafo para apuntar posibles ideas.
  • Reserva un espacio para escribir.
  • Planifica la estructura de lo que vas a escribir.
  • Piensa en un comienzo que enganche.
Recomendamos leer: Manual de técnicas narrativas de Enrique Páez

domingo, 3 de abril de 2011

Mujeres que se rebelan mediante la literatura

Todavía no he profundizado demasiado pero me he despertado pensando en la cantidad de mujeres que han sido estigmatizadas por querer ser ellas mismas, por no desear la vida que la sociedad o su familia le imponía. Mujeres, que además, se suicidaron, en la mayoría de los casos, jóvenes.

Podéis leer sobre katherine Mansfield cuya madre intentó por todos los medios "curarle" de su lesbianismo. Os recomiendo leer Diarios y Cuentos completos donde se recoge En un balneario alemán (1911) donde ya hizo una crítica a la vida cotidiana.

Quizás, más conocido sea el caso de Virginia Woolf que estuvo a favor de la independencia de la mujer y conocido por la mayoría es su ensayo Una habitación propia donde explica la necesidad de las mujeres de disponer de un cuarto propio para desarrollarse e ingresos periódicos que le permitan no depender. Aconsejo leer también Las olas, calificada como la mejor de sus novelas.

La escritora bostoniana Sylvia Plath acabó suicidándose tras varias crisis y un ingreso en un hospital psiquiátrico. Ella quería una vida para ella pero su madre y la sociedad esperaban que se casara y trabajara como mecanográfa cuando a ella lo que le apasionaba era la escritura. Existe una recopilación de sus poemas. Sólo escribió una novela: La campana de cristal. Os la recomiendo. Es semi-autobiográfica y nos introduce en su mundo interior, en sus pensamientos, en sus emociones y en aquella vida que le costaba vivir.  

También Charlotte Perkins Gilman tuvo una vida complicada. Tenía una salud delicada y su médico le prohibió leer y escribir porque le perjudicaba, tan sólo debía llevar una vida lo más doméstica posible y pasar todo el tiempo con su hija recién nacida. ¡Increíble! Ella se rebeló y continuó escribiendo. Podéis leer el relato El papel de pared amarillo, incluido en el libro Si yo fuera un hombre, donde cuenta la depresión que sufrió y que la llevó a separarse de su marido y replantearse sus ideales.

Janet Frame también recoge en Un ángel en mi mesa, su autobiografía, todos los problemas y dificultades que tuvo que vivir y cómo luchó por sobrevivir a su mundo interior. Al igual que Sylvia Plath la internaron en un psiquiátrico y le diagnosticaron, erróneamente, una esquizofrenia. En el momento en que iban a realizarle una lobotomía, le concedieron uno de los premios literarios neozelandes más importantes y la operación se anuló.

¿Conocéis otras mujeres escritoras que vivieran situaciones similares?

sábado, 2 de abril de 2011

Viajar en tren

Viajar en tren, aunque sea Guadalajara-Madrid o Madrid Guadalajara puede proporcionar aventuras excitantes y anécdotas para reirte después con las amigas.

Puedes quedarte tranquilamente dormida porque estás hecha polvo y despertarte cuando casi has finalizado el viaje. Eso hice el otro día, que trasnochar no es bueno. Cuando me desperté, no sabía dónde estaba, de hecho, empecé a dudar si me había subido al tren adecuado. ¿Por qué?Creía yo haber cogido un Civis (trenes que hacen el recorrido Chamartín-Guadalajara en la mitad de tiempo porque no tienen todas las paradas. ¡Bueno, una gozada!) porque eso ponía en las pantallas. El caso es que cuando me desperté de mi siesta había pasado ya tiempo suficiente casi para haber ido y vuelto, jejeje... con lo que hablé conmigo misma: 
-¿Estoy en un Civis? 
-Por la hora, no parece. Hace rato deberíamos haber llegado y estamos aún en Alcalá. Y hemos parado en Alcalá Universidad. No, no estoy en un Civis. El Civis no para ahí.
Después NO paramos en Meco.
-Entonces estoy en un Civis- me digo. No ha parado en Meco. Los Civis no paran en Meco.

En fin, que no entiendo nada, estoy recién despierta, ¡qué le voy a hacer! Decido entonces dejar de pensar y beber un poco de agua a ver si me aclaran las ideas. ¡Qué sed da dormir!
Abro mi botellita de 33cl, cuerpo azul, tapón blanco, ya estoy salivando... En ese momento, desconozco por qué actué de una manera tan imprudente, me dio por buscar algo en el bolso, digo algo porque no recuerdo el qué, lo que acentúa más mi imprudencia, ¿no? Si ni siquiera soy capaz de recordarlo...

-Cuidado, cuidado -es lo que me despierta de mi absurdo ensimismamiento con el bolso.
Levanto la vista y veo a la chica que está sentada en frente de mí
-La botella -me dice, muy tranquila, muy educada, muy contenida.
De la misma forma, tranquila, educada y contenida contesto: ¡Mierda!
Estoy volcando el agua.
-¡Mierda! -digo para mí mientras siento una vergüenza inmensa.
-No pasa nada, tranquila -me dice "mi compañera de viaje" tranquila, educada y contenida. ¡Qué valor!
-Lo siento, lo siento, lo siento -no dejo de repetir. 
-Uf, mi bolso no se ha mojado -pienso para mí misma.
-Lo siento.
-Que no pasa nada, de verdad.
Al rato le digo:
-Menos mal que no había mucha agua, eh? -y pienso inmediatamente que me podría haber callado la boca.


Bueno, ya está, Noelia, no le des más vueltas. Tenías sed, el agua que tenías la has volcado, con lo que ya te tienes que esperar a que llegues a casa. Pero mira el lado positivo: no te has mojado tú, has echado todo el agua a la chica que estaba sentada frente a ti.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Nuestro logo

Ya tenemos el logo de En un mundo a mi medida terminado. Damos las gracias a Javier Albuisech http://ink-love-music.blogspot.com/ que es el que lo ha creado.

¿Os gusta?

Pd. Haceros fans en Facebook o seguidores en Twitter. ¡Participad! Agradecemos vuestra colaboración

viernes, 25 de marzo de 2011

Mi descanso

Tras este breve Kit-Kat, o laaaaaargooooooo, según se mire, he regresado para dar un poquito de guerra.

No penséis que he estado perdiendo el tiempo, que no, tengo poco tiempo así que como para perderlo.

Espero poder retomar con asiduidad el blog y escribir y compartir con vosotras/os libros, anécdotas, noticias, enlaces, etc. interesantes. Ideas tengo unas cuantas pero se agradecen cualquier tipo de colaboración y sugerencia, así aprendemos más.

Por el momento, he creado una página del blog en Facebook. En la columna de la derecha podéis, todas las personas que queráis, haceros fans. ¡Yuju! Aún le faltan algunas cosillas, como colgar la imagen final y, lo más importante, vosotras/os!!!!!!!!!!!! 

También andaré por Twitter @mmedida y por Linkedin con un grupo de Literatura y mujeres.

Espero que os guste.

lunes, 7 de marzo de 2011

Dar la cara

Sí. Me estoy preparando para dar la cara en el club de lectura. El tigre no muere. Ahora soy la que yo digo: No entiendo nada. No puede ser.

Pero como buena documentalista precavida, he guardado pruebas. Os las dejo. ¡Sois mis testigos!

Página 180. Segundo párrafo: Aunque tal vez pueda parecer una minucia, fue un detalle que me salvaría la vida y que pesaría sobre la de Richard Parker [es el nombre del tigre].

Y para que no creáis que me he cogido cualquier libro que sirva a mis propósitos, cito el libro: Vida de Pi de Yann Martel.

¿No creéis que la frase tiene su cosa? Si se piensa bien, quizás otra interpretación distinta de la muerte del tigre (a mí personalmente, es lo primero que se me viene a la cabeza) podría ser que éste pasa una vida de penurias pero... Sinceramente, en una novela las palabras tienen que estar bien escogidas. Todo tiene que ser un entramado invisible y bien construido que no genere falsas expectativas ni confunda ni que entorpezca la lectura.

¿Qué pensáis vosotras/os?

martes, 1 de marzo de 2011

Lo que no se debe hacer si se desea fomentar la lectura

¿Os ha pasado alguna que alguien os haya contado el final de un libro u os haya destripado una peli?

Si no os gusta que os hagan eso, no habléis conmigo. Dicen que hablo poco pero que cuando hablo...¡cuidado! Ayer, en el club de lectura, fue un día de esos.

Coordinadora: Noelia, ¿a ti qué te está pareciendo el libro? (La...) Aquí me surge un dilema. Quería poneros el libro pero si os digo cuál es también os lo habré destripado pero si no os lo pongo quizás nunca podráis leerlo.
Yo: Me está gustando. No lo empecé con muchas ganas pero me he enganchado. Lo que menos me gusta es que el autor anticipa acontecimientos y corta un poco la emoción de la lectura. En ese sentido, me siento defraudada. Antes de tiempo, sabes que el barco se hunde y que la familia desaparece y antes de tiempo sabes que el tigre se muere.

En ese instante, todas las miradas se dirigen a mí: ¿Se muere el tigre? Y yo, ups, trago saliva. Noe, has metido la pata, jeje... levanto la vista y me pongo a mirar el bonito artesonado del siglo XVII que cubre el techo del despacho de la directora, lugar donde nos encontramos.

Unos y otros; unas y otras: Yo no he leído eso. ¡Cómo que se muere! ¿Se muere? ¡Qué faena, yo que creía que iba a sobrevivir! 
Yo: Lo sientoooooooooo. No sé, lo cuenta el protagonista, digo acongojada.


Eso me pasa por leer con demasiada atención. Todo el mundo debatiendo sobre cómo será el desenlace entre el protagonista y el tigre y en un minuto la emoción de la lectura por la borda (nunca mejor dicho porque la novela transcurre en un bote) Pero yo no tengo la culpa que en la página 180 esté la clave y se sepa lo que para mantener la intriga debería saberse, quizás, cerca de la 250. Ey, pero no siempre hablo para meter la pata.

martes, 22 de febrero de 2011

El mundo es un pañuelo y Guadalajara un trocito de kleneex

Hacer recados en una ciudad pequeña tiene su cosa. Yo tengo continuamente la sensación de estar viviendo un deja vu.


Voy camino de una tienda de informática para que me arreglen el ordenador. En el trayecto entro en un locutorio para comprar una Tarjeta verde para llamar al extranjero. Después, paso por delante de unas obras (como en Madrid pero a pequeña escala). Me llama la atención un obrero porque me recuerda a un compañero del colegio. Sigo mi camino. Me cruzo con un cartero que me llama la atención porque me parece un poco maki, algo extraño en Guadalajara. Sigo mi camino.

Por fin, en la tienda de informática hay un señor con un collarín comprando algo que no sé lo que es. Me atienden; pueden solucionarme el problema. Le digo al chico que me atiende que en un rato vuelvo. Me marcho. 

Regreso por donde he venido y paro en una floristeria a comprar unas plantitas que he visto con buen color.  Una señora muy amable me explica cómo cuidarlas, cómo regarlas y como cambiarlas de maceta. Reconoce que me ha visto cara de pardilla con las plantas. No lo  oculto. Y tanto... que me voy y no sé cuál es el nombre de las plantas que me llevo. En fin. Camino. Vuelvo a encontrarme al chico del locutorio. Normal. Trabaja ahí, ¿dónde va a estar? Pero me da que pensar. No me mola repetir.


A la vuelta a la tienda de informática, decido tomar una ruta diferente. Por variar. Estas ciudades así, aburren, hay que echarle imaginación hasta para caminar. Pienso que,de este modo, variaré un poco las vistas. Error. Paso por una obra diferente pero encuentro al mismo obrero de antes. ¿Uhmmm? Callejeo con el objetivo de vivir alguna aventura o encontrar algo desconocido para mí. Error. Me encuentro, de nuevo, con el cartero maki.

La floristería, vaya por donde vaya, no la puedo esquivar. De nuevo dentro de la tienda de informática. Espero a que me formateen el ordenador. Mientras, pasan dos mujeres, un padre con su hija, un estudiante y creo que hasta un cura. El caso, que todos se van y cuando me fijo quedamos en la tienda un señor y yo... el señor del collarín. Dios, n-o p-u-e-d-e s-e-r. Pero es!!! No hay duda.


Y esto de lo que me he dado cuenta, pero en este caso, prefiero vivir en la ignorancia. 

¿No os ha pasado nunca algo similar?

 pd. 52 largos. Me he regalado 2 por si el próximo día estoy vaga.