sábado, 7 de mayo de 2011

La ciudad de la luz

En aquella ciudad no llamaba la atención la altura de sus habitantes, ni si leían cuentos o novelas, ni la forma de su nariz, ni si preferían el café o el cola-cao, ni si iban a misa los domingos. Lo que llamaba la atención en La ciudad de la luz era que en lugar de circular sangre por sus venas, circulaba electricidad.

Las grandes compañías eléctricas se habían ido a la quiebra ya que no necesitaban suministrar energía. Las familias, parejas y personas solteras eran capaces de generar su propia energía y habían conseguido reducir sus gastos mensuales, con lo que el nivel de felicidad había aumentado en toda la ciudad. Así lo confirmaba el medidor de felicidad de la Plaza Mayor.

Las ventajas de llevar electricidad en las venas no sólo habían beneficiado al ámbito doméstico, sino que se había trasladado a otras áreas, por ejemplo, el laboral.

Al igual que en otras ciudades se distinguía entre aquellas personas que trabajaban para la Administración Pública y las que desempeñaban su trabajo en la empresa privada, en La ciudad de la Luz, se distinguía entre las personas que brillaban con luz propia y las que estaban enchufadas. Estas últimas necesitaban, para conseguir un trabajo o poder desempeñar tareas, estar continuamente pegadas a un enchufe. Eran incapaces de conseguir un trabajo o realizar una tarea sin la ayuda del enchufe. En definitiva, no podían generar luz de su interior.

Pero la gente de La ciudad de la luz, había conseguido sacarle partido. A las personas enchufadas se les había encargado los trabajos de alumbrado público y de energía eléctrica para las calefacciones. No sólo daban un bien a la Comunidad sino que también así podían, al igual que el resto de habitantes, tener electricidad por sus venas.

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