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sábado, 12 de febrero de 2011

La abuela

A mi abuela lo que le gustaba era mandar y a mí desobedecer porque esa es la función de las nietas: ser un poco malas porque sabemos que tendremos el amor incondicional de nuestras abuelas.

Y a mí me encantaba llevarle la contraria y escucharla protestaba. Gruñía como los ogros de los cuentos pero luego resultaba buena. Yo no desobedecía tanto como pueda parecer porque si me portaba como debía, al final, conseguía mi chocolate. Mi abuela siempre me compraba mi chocolate preferido y yo cuando iba a visitarla esperaba impaciente que me ofreciera chocolate.

A veces, no me preguntaba o me mentía y eso significaba que mi madre se había chivado de que comía demasiado y que una niña de 8 años no puede pasarse el día engulliendo chocolate. Entonces, lo que hacía, era esperar a que fuera al baño o la habitación o a que estuviera sentada en el sofá distraída leyendo y me colaba en la cocina y hurgaba en todos los cajones y lugares que se me ocurrían. Una vez encontré mi chocolate en la bolsa de las pinzas. ¡Qué rico estaba! Era divertida la aventura de buscar y más el triunfo de comer chocolate.

A mí abuela no le hacía ninguna gracia que hiciera eso pero sé que, a veces, hacía la vista gorda y no me regañaba y hacía como si no se hubiera enterado no de que hubiera menos chocolate sino simplemente de que no hubiera.

viernes, 11 de febrero de 2011

El abuelo

A las cinco en punto, como siempre, mi abuelo nos esperaba en la puerta del colegio para recogernos a mis hermanas y a mí. Era algo que nos gustaba porque sabíamos que iríamos a jugar al parque antes de volver a casa.

Era el abuelo más conocido del colegio por su carácter afable y abierto y por... ¡su seiscientos amarillo ya viejo! “Abu, abu, ¿dónde está el coche?”- preguntábamos con impaciencia y salíamos corriendo como locas ya que la primera que llegase tendría el honor de sentarse delante, junto a él. A veces, incluso, le quitábamos las llaves para asegurarnos que ese sitio sería nuestro.

El viaje hasta el parque tenía su emoción, era una diversión más ya que nos reíamos mucho contando el número de conductores que nos miraban al cruzarse con nosotros y tocaban el claxon por ir demasiado despacio pero a mí abuelo no le importaba y a nosotras... menos.

Sabíamos que nos acercábamos porque se veían las enormes fuentes del parque (al menos para nosotras), se escuchaba el alboroto de otros niños que habían llegado antes y olíamos las golosinas recién compradas, lo que preparaba el ambiente para una gran aventura. Además, llegar al lugar de encuentro con nuestros amigos se convertía en una carrera de obstáculos intentando no llevarnos por delante a la gente que paseaba tranquilamente. Una vez reunidos, inventábamos juegos, historias, personajes que nos servían para “vivir” como lo hacían Robin Hood, Peter Pan, o para creer que nos encontrábamos en una isla desierta como Robinson Crusoe.

Las tardes transcurrían sin enterarnos apenas. Era mi abuelo el que nos volvía a la realidad. Se pasaba un buen rato dando vueltas por el parque buscando aquí y allá y le era difícil dar con nosotras ya que la mayoría de las veces nos escondíamos entre los árboles, intentando cazar bichos o esquivando la reprimenda del guarda por pisar el césped. Teníamos que estar pronto en casa para cenar y había que salir con tiempo porque ya sabíamos que el coche del abuelo no corría mucho.

*Para mi abuelito

jueves, 3 de febrero de 2011

Ya es tiempo de que me diga...

Ya es tiempo de que me diga...

Que mi sonrisa da alegría y, cada vez que regalo un pedacito de ella a los demás, desafía a la lógica aristotélica y a la metafísica, y se vuelve más grande.
Que soy estrellita brillante en el cielo de una noche de cualquier estación del año (con el permiso de Shakespeare). 
Que hoy me merezco una chocolatina simplemente porque sí.
Que mi cuerpo es bello y despierta deseo (en más de uno, así que puedo elegir).
Que no hay obstáculos insalvables porque soy capaz de convertirme en agua que fluye a través de ellos.
Que los demás pueden aprender cosas de mí porque soy un libro abierto con una nota que dice: "Leeme. Pero cuidado, no soy Dan Brown ni Ken Follet". Tiene su cosilla.
Que cuando estoy callada también estoy comunicando y que el río más profundo también es el más silencioso.
Que soy inteligente aunque, a veces, se me funda la bombilla. 
Que soy imaginativa porque soy capaz de crear con las palabras mundos propios.
Que una lágrima no me convierte en porcelana; me abre camino para ser más fuerte.
Que, en cierto modo, soy como una gata: independiente, mimosa, lista, despierta, exquisita para la comida y ¡ágil! Da igual como me caiga, siempre caigo de pie.
Que me compro zapatos "Kickers" porque todavía deseo caminar por el mundo como lo haría una niña: sorprendiéndose y haciéndose preguntas.
Que soy una buena amiga. Creo que se puede contar conmigo, al menos hasta 1.000.000.
Que si digo "no sé" es positivo. Estoy a tiempo de aprender.
Que soy muy muy divertida. El otro día conseguí hacer reír a Shortbus, mi perrito de peluche.
Que si un día me da por decir tonterías o estoy de mal humor, no pasa nada, la gente me quiere igual.
Que tengo mucho de mí que ofrecer al mundo.
Que tiene un mérito enorme correr y terminar una carrera de 42,195 Km.
Que no estoy sola ni soy invisible. Tengo muy buenos amigos y amigas.
Que puedo hacerme un nudo a mí misma y después deshacerlo.
Que elijo ser lo que soy porque me gusta cómo soy. ¡Diseño único!
Que puedo y quiero crecer como persona sin necesidad de tomar los pastelitos mágicos de Alicia.
Que soy sensible porque soy capaz de conectar con los demás, como Nokia, pero en versión cálida.
Que soy una cometa que vuela libre junto a otras cometas que siguen el mismo camino.
Que mis imperfecciones son perfectas, sobre todo, esa cicatriz de la espalda.
Que el futuro es el mejor tiempo para conjugar. Es donde se encuentran los sueños y las ilusiones.

Ya es tiempo de que me diga...

Se lo dedico a todas las mujeres y hombres que conozco, para que también escriban su "Ya es tiempo de que me diga..."