Hemos salido a pasear por un parque
cercano a casa. Cogidos de la mano. Él me mira y sonríe. Vale millones esa
sonrisa porque me está diciendo: acércate… y a mí se me quita el miedo de ser
yo misma.
Hoy no hablamos de trabajo.
Preferimos otros temas. Él me ha prometido no desvelarme el final del libro que
después me dejará y yo le he prometido no contarle el final de la película
durante la que anoche se quedó dormido.
Su mano está caliente, al
contrario que la mía, que siempre está fría. Y suave. Es en estas pequeñas
cosas en las que pienso cuando estoy con él. Me siento tranquila y el mundo
gira despacio, ordenado. Parece que no hay recortes, que no hay ERES, que no
hay desempleo. Que durante un instante puedo olvidarme de todas las
manifestaciones a las que hemos acudido como forma de protesta y disconformidad
con la política del gobierno de turno.
Pero sólo es eso, un instante. No podemos dormirnos en los laureles. La corrupción, el abuso de poder, las mentiras nos devuelven a la realidad... y somos la ciudadanía quienes podemos cambiar la sociedad, construir el mundo en el que queremos vivir y con quién queremos vivir. Porque es siendo conscientes de esta situación, actuando y protestando como realmente podremos dedicarnos a nuestros sueños, de otra forma, habremos permitido que otros nos los arrebeten.