martes, 15 de febrero de 2011

Dos libros para leer estos días que viene frío

Keith Haring
Hoy me apetece recomendaros un par de libros de los que, entre otros muchos, habló en algún momento Chris Stevens (conocido por Chris por la mañana) a lo largo de 6 temporadas en la serie Doctor en Alaska.

Os parecerá extraño que lea libros de los que he oído hablar en una serie de televisión. A mí, también. Creo que ha sido la influencia televisiva más grande de mi vida. Tengo que reconocerlo. Pero me quedaba tonta cuando le escuchaba hablar de filosofía, de literatura, de la vida...

Uno es La llamada de la naturaleza de Jack London donde el protagonista es un perro que narra sus propias aventuras en una región de Alaska. Intenta representar una metáfora del ser humano que lucha entre lo doméstico y lo salvaje. ¿Qué somos más? ¿Quizás una mezcla?

El otro libro es La campana de cristal de la escritora norteamericana Sylvia Plath. Este lo he tomado prestado de la biblioteca y me lo estoy leyendo. Me llamó la atención porque Chris tenía un ejemplar usado y releído en las manos y comentó que ese libro lo deberían leer todas las mujeres del siglo XX. Y a mí que Chris Stevens me resultaba interesante, como no hacerle caso. Si os interesa, os contaré. De momento, no me está defraudando.

sábado, 12 de febrero de 2011

La abuela

A mi abuela lo que le gustaba era mandar y a mí desobedecer porque esa es la función de las nietas: ser un poco malas porque sabemos que tendremos el amor incondicional de nuestras abuelas.

Y a mí me encantaba llevarle la contraria y escucharla protestaba. Gruñía como los ogros de los cuentos pero luego resultaba buena. Yo no desobedecía tanto como pueda parecer porque si me portaba como debía, al final, conseguía mi chocolate. Mi abuela siempre me compraba mi chocolate preferido y yo cuando iba a visitarla esperaba impaciente que me ofreciera chocolate.

A veces, no me preguntaba o me mentía y eso significaba que mi madre se había chivado de que comía demasiado y que una niña de 8 años no puede pasarse el día engulliendo chocolate. Entonces, lo que hacía, era esperar a que fuera al baño o la habitación o a que estuviera sentada en el sofá distraída leyendo y me colaba en la cocina y hurgaba en todos los cajones y lugares que se me ocurrían. Una vez encontré mi chocolate en la bolsa de las pinzas. ¡Qué rico estaba! Era divertida la aventura de buscar y más el triunfo de comer chocolate.

A mí abuela no le hacía ninguna gracia que hiciera eso pero sé que, a veces, hacía la vista gorda y no me regañaba y hacía como si no se hubiera enterado no de que hubiera menos chocolate sino simplemente de que no hubiera.

viernes, 11 de febrero de 2011

El abuelo

A las cinco en punto, como siempre, mi abuelo nos esperaba en la puerta del colegio para recogernos a mis hermanas y a mí. Era algo que nos gustaba porque sabíamos que iríamos a jugar al parque antes de volver a casa.

Era el abuelo más conocido del colegio por su carácter afable y abierto y por... ¡su seiscientos amarillo ya viejo! “Abu, abu, ¿dónde está el coche?”- preguntábamos con impaciencia y salíamos corriendo como locas ya que la primera que llegase tendría el honor de sentarse delante, junto a él. A veces, incluso, le quitábamos las llaves para asegurarnos que ese sitio sería nuestro.

El viaje hasta el parque tenía su emoción, era una diversión más ya que nos reíamos mucho contando el número de conductores que nos miraban al cruzarse con nosotros y tocaban el claxon por ir demasiado despacio pero a mí abuelo no le importaba y a nosotras... menos.

Sabíamos que nos acercábamos porque se veían las enormes fuentes del parque (al menos para nosotras), se escuchaba el alboroto de otros niños que habían llegado antes y olíamos las golosinas recién compradas, lo que preparaba el ambiente para una gran aventura. Además, llegar al lugar de encuentro con nuestros amigos se convertía en una carrera de obstáculos intentando no llevarnos por delante a la gente que paseaba tranquilamente. Una vez reunidos, inventábamos juegos, historias, personajes que nos servían para “vivir” como lo hacían Robin Hood, Peter Pan, o para creer que nos encontrábamos en una isla desierta como Robinson Crusoe.

Las tardes transcurrían sin enterarnos apenas. Era mi abuelo el que nos volvía a la realidad. Se pasaba un buen rato dando vueltas por el parque buscando aquí y allá y le era difícil dar con nosotras ya que la mayoría de las veces nos escondíamos entre los árboles, intentando cazar bichos o esquivando la reprimenda del guarda por pisar el césped. Teníamos que estar pronto en casa para cenar y había que salir con tiempo porque ya sabíamos que el coche del abuelo no corría mucho.

*Para mi abuelito

jueves, 10 de febrero de 2011

Las arterias

Al final, se acaba el día y no escribo. Hoy no tengo un despropósito, tengo un gran PROPÓSITOMe duele el corazón y no por amor o desamor. Os cuento, leed, leed...

Mañana, lo primero que voy a hacer nada más levantarme (después de ir al baño y quitarme las legañas) es salir a correr. Sí. No puedo posponerlo más. 2 meses han pasado desde la última vez y hasta aquí hemos llegado. Como os comentaba, tengo leves pinchacitos en mi corazón. ¿Por qué? porque tengo las arterias obstruidas. Estoy segura. Siento la grasa correr lenta y pesada por ellas. Lo noto. Me culpa pero no tengo fuerza de voluntad. Hoy me he comido 300 gr. de chocolate (2 tabletas) y acabo de cenar una pizza de chorizo con pimientos más rica... pero, claro, luego lloro por mis arterias. ¡Basta! Mañana a las 8, bueno, mejor a las 9 estoy corriendo por el parque.

Objetivo: 10 kms.  No sé si aguantaré porque me gusta correr con música y la batería de mi mp4 dura ya muy poco y sin música... Ya, ya, estoy poniendo excusas, lo sé. Please: deseadme ánimos y mucha energy, que falta me hace. Y ¿eso de la batería tiene arreglo o tendré que comprarme otro cachivache?

miércoles, 9 de febrero de 2011

Semana de despropósitos II

Las cosas que pasan. Y lo que me divierto yo con las cosas que pasan. Ahí van más despropósitos:
  • He tenido que apagar el teléfono fijo. Hace dos días tenía cerca de 16 llamadas perdidas. Y ninguna de familiares, amigos, compañeras de trabajo, conocidos o alguien que quisiera regalarme algo de forma desinteresada. Qué estrés. Sólo compañías de teléfono queriéndome engatusar. ¡Anda ya!
  • Un apretón en una estación de autobuses. ¡Lo peor!
  • Y sé que he tenido más pero este ha conseguido que los olvide

lunes, 7 de febrero de 2011

Semana de despropósitos

  • Y yo creyendo que si estaba con gripe o con un resfriado lo mejor sería quedarme bien abrigadita y resguardada en casa. ¡Los países nórdicos también nos llevan la delantera en esto! Ellos sacan todos los días, durante unos 10 minutos, a sus hijos e hijas al balcón, para que sus pulmones se aireen  y renueven y expulsen microbios. ¡Sí que saben! No como yo, que he estado moviendo virus de un sitio y a otro y así estoy: que paso de un dolor de garganta a uno de cabeza, sigo con dolor de oído y acabo con una congestión nasal impresionante. Tengo que aprender. ¡Mañana me aireo en el alfeizar de la ventana (jo, no tengo balcón)!
  • Llevaba cerca de un mes pronosticando que la falta de ejercicio me está convirtiendo en una galleta María. Y efectivamente, no me equivocaba. Cogí la bicicleta, ya que también es una forma de hacer deporte, aunque sea para desplazarme al lado. El caso es que notaba yo la falta de actividad física. Tanto, que bajando unas escaleras, perdí la fuerza, se cayó la bici y detrás fui yo. Afortunadamente, ni mi golpeé ni caí mal. No me han quedado secuelas (salvo las que ya tenía).

sábado, 5 de febrero de 2011

Microrrelato: Nuevos tiempos

―Carla, tráeme una cerveza cuando vayas a la cocina ―le exige Enrique, su marido.
Ella no responde y continúa observando el desagüe, que se traga el agua sucia de la palangana.
             ―Hija, cuando puedas, tráeme alguna revista para leer ―le pide su madre.
            ―Esa cerveza, amor.
―¡Estoy harta! ―se dice Carla a sí misma. Mira detenidamente el agujero negro que absorbe, sin preguntar, jabón, pelos, incluso, sueños. Porque eso piensa. Que sus ilusiones se las has tragado un mundo desigual.
            ―Maaaaami, se ha roto el coche ―grita Ana, la hija pequeña.
            ―Mamá ―le dice Iván tirando de su chaqueta― vete con tus amigas. En realidad, podemos arreglárnoslas solos.
            Carla sonríe. Quizás haya sido capaz de poner el tapón a tiempo.