Un día conocí a un heavy-poeta. Desconocía si era más heavy que poeta o más poeta que heavy porque siempre andaba escuchando música y llevaba un libro en el bolsillo.
Por aquel entonces me encontraba realizando una tesis sobre el tipo de humor en Cervantes y Quevedo y valoré la posibilidad de incluir a personaje tan peculiar como parte del estudio. Mi directora de tesis, y el tribunal, tendrían que rendirse ante brillante y original idea.
Decidí realizar un trabajo de campo ya que me parecía el más oportuno y con el que mejores resultados obtendría. Y eso hice.
La primera vez que me dio un abrazo, casi ni lo dudé: Cervantes, tiene un aire cervantino. Es tierno y sonriente.
Más adelante, a medida que charlaba con él sobre libros, política, educación, la vida y otros temas no tan trascendentales, pensé que tendría que modificar el capítulo 2 de mi tesis. ¿Por qué reescribir? No parecía dulce, al estilo de D. Miguel de Cervantes. No es que hubiera empeorado mi opinión de él (de hecho valoraba que existiera alguien que aún me inspirara para escribir) sencillamente que le pegaba más eso de "Érase una nariz sayón y escriba,
Un Ovidio Nasón mal narigado".
Y mientras leía biografías, buscaba referencias, hacía resúmenes, organizaba mi tesis, "mi heavy-poeta cogió" su moto y se largó, sin más. Fue poco después de hablarle de Góngora, y mostrarle Soledades, uno de sus libros de poemas, al que me dio por leer para desconectar un poco (y relativamente) del trabajo diario. Pero como dice el refranero popular: no hay mal que por bien no venga; este acontecimiento me sirvió para rematar mi tesis, escribir los resultados y las conclusiones y conseguir un Cum laude.
Sin lugar a dudas: Quevedo.